Exclusión social, depresión y suicidio
Armando Hernández Toledo * autor
La necesidad subjetiva de pertenecer parece ser de fundamental importancia en el ser humano . Se ha dicho que la humanidad es esencialmente gregaria y política, pues donde mejor se percibe el bienestar subjetivo individual, es en el seno de pequeños núcleos de seres humanos, en los que se sabe que se pertenece a un todo más grande y se puede interactuar de manera libre y significativa. Esta necesidad de pertenecer y participar es tan esencial,que se ha visto que la separación, el aislamiento y la exclusión social pueden llegar a ser verdaderamente insoportables para el individuo, y peligrosos tanto para su supervivencia física como para su estabilidad emocional.
Una nueva ola de investigaciones ha mostrado que el aislamiento social, voluntario o por exclusión, tiene graves consecuencias físicas, cognitivas y emocionales. Por ejemplo, son patentes los patrones disruptivos del sueño, la alteración negativa del sistema inmune y los niveles elevados de hormonas de estrés, con su consecuente proceso inflamatorio. Un reciente estudio de la Universidad de York halló que la soledad incrementa el riesgo de enfermedades coronarias en un 29% y el de ataque al miocardio en un 32%. Otro metaanálisis recogió datos de 70 estudios y 3.4 millones de personas: halló que los individuos que han quedado socialmente aislados tienen un 30% más de riesgo de morir en los siete años siguientes, y que este efecto se potencia en la edad mediana.
Suicidio: nuestro mundo social muere antes de que nos matemos
En las postrimerías del siglo XIX, el científico social Émile Durkheim ya se preguntaba por qué unos grupos sociales tienen índices de suicidio más altos que otros. Él se convirtió en uno de los primeros académicos en utilizar el método científico para estudiar los fenómenos sociales, gracias a su curiosidad por saber si las sociedades podían permanecer unidas y formar un todo coherente, en una situación de creciente diversidad étnica y de mayoritario declive de la religiosidad. De ascendencia judía, fue Durkheim quien acuñó el término “integración social”, pues desde entonces ya entendía que la estructura de la sociedad podía ejercer un poderoso influjo en el individuo. Este científico social se especializó en las condiciones que hacían que la sociedad y el individuo estuvieran enfrentados y cómo podía esto predisponer a una persona para quitarse la vida.
Los descubrimientos de Durkheim echaron por tierra la vieja idea de que las razones que tiene un individuo para suicidarse siempre son de naturaleza personal y nada tienen que ver con su entorno social. Lo que descubrió hace poco más de un siglo, y que ha sido corroborado por la investigación actual, es que los menos felices en la sociedad, y por ende los más propensos a suicidarse, son aquellos que carecen de apegos fuertes (individuos sin hijos, solteros, viudos o divorciados), en contraste con las personas que permanecen casadas o tienen hijos. Esto quizá se deba que quienes cuentan en su vida con seres queridos, tienen supuestamente a alguien por seguir viviendo.
Durkheim concluyó que el suicidio era la respuesta más extrema a la experiencia individual de ruptura con los otros. Dado que los seres humanos necesitan sentirse fuertemente vinculados y cubiertos por su grupo, quienes se suicidan lo hacen porque, por alguna razón, no han logrado la total integración con su comunidad inmediata. Según él, los suicidas sufren de una “excesiva individuación”; esto significa que la gente se quita la vida porque se siente excluida y no es tomada en cuenta, no ha encontrado su lugar en el grupo y eso, a la larga, es sencillamente insoportable.
De acuerdo con lo anterior, la solución al suicidio no radica en ninguna terapia individual que le haga cambiar al paciente su forma de percibir (pensar y sentir) su estado de exclusión, sino en reconciliar al individuo con su comunidad, a fin de aumentar sus niveles de felicidad y satisfacción y reducir la depresión de su estado de ánimo.
Es un hecho que día con día hay más gente en el mundo, pero eso, paradójicamente, no ha evitado que el individuo promedio se sienta cada vez más solo y desconectado de los demás, en una cultura que precisamente promueve el individualismo y no fomenta el sentimiento de comunidad, pertenencia, participación y logro grupal. La soledad y la desconexión generan depresión y tristeza, y cada vez hay más gente triste y deprimida.
Se calcula que hay en el mundo más de trescientos treinta millones de casos de depresión grave, patología que ocasiona tristeza abrumadora y pérdida de placer al realizar las actividades cotidianas. Esta realidad ha puesto al descubierto una tragedia humana que no puede ser ignorada. No puede estar bien morir de tristeza y soledad por no poder (o no saber) hacer conexión con los demás.
* Profesor de Tiempo Completo. Escuela de Estudios Superiores de Mazatepec, UAEM. a.h.toledo@hotmail.com